domingo, 28 de septiembre de 2008

Mojo


Mojo no es una rica salsa canaria. Su origen no están en los molhos portugueses. No es tampoco una trampa al paladar. No es aquello con lo que se perturba la paz del cherne. No un escamoteador de calidades. No puede serlo.


“Mojo” (palabra inglesa, se pronuncia “mouyou”) es la denominación de algo que no tiene nombre, es invisible, intangible y hasta podría afirmar que la mayoría no sabe que existe o no lo tiene presente.

Mojo es el olor de pinos y la hierbabuena subiendo a Santa Brígida y del beceno en las Alcaravaneras. Es regateo con los indios, el sabor del pescado seco detrás del Hotel Don Juan y el chirrido del ensayo de un violín. El aroma a manzana de un abuelo y de su mueble bar. Es el salado de besos furtivos. Mojo es el sonido de la risa de la abuela.

Mojo D. E.
“Hay otros mojos, pero están en éste”
(Paul Éluard)
Ingredientes:

3 dl de aceite

1,5 de vinagre

agua
dientes de ajo

pimentón dulce
pimentón picante

comino

cayena

pan duro

sal


Preparación:


Comenzar a majar en el mortero cada uno de los ingredientes y añadir el aceite al final, mezclando parsimoniosamente, incorporando más cantidades hasta encontrar la consistencia deseada,
domesticando cada una de las fuerzas desencadenadas, la pregnancia del ajo, esa punzada de picante en su término justo, la explosión controlada del comino.

Es posible que mezclados en eléctrico aluvión, muerto ya el mortero, surja una salsa digna, incluso notable. Perderán ustedes, sin embargo, el placer
de crear algo que no es, porque no tiene nombre, es invisible, intangible y hasta podría afirmar que la mayoría no sabe que existe o no lo tiene presente.

Truco:

Ayuda durante la elaboración tratar de encontrar esa suerte de Aleph que cada uno escondemos en algún lugar.


“vi la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado...

Sentí infinita veneración ...”

Fotografía: Las Palmas de Gran Canaria 1893. La Isleta.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Guía de Tres Cantos (que empieza con una sesuda reflexión y termina con una parida y una declaración de amor)



Charlando hace unos días con un vecino sobre lo dura que es la vida del madrugador trabajador (aunque más cornás da el hambre, diga usted que sí) éste me dijo no sé qué de los inconvenientes de vivir en una ciudad dormitorio, aunque se trate de una ciudad residencial. ¡Toma ya! O sea, que vivo en una ciudad dormitorio. No sabía yo que todavía existieran. ¿De verdad siguen quedando ciudades que no están dotadas de servicios esenciales y en donde sus residentes sólo acuden a dormir, o esa fórmula pertenece al pasado?. En la actualidad muchos madrileños viven en Toledo o en Guadalajara y vienen todos los días a trabajar a la capital, sin que por ello se puedan considerar aquellas como ciudades dormitorios. Por otro lado, teniendo en cuenta la duración de la jornada laboral y la ubicación de las empresas (cada vez más alejadas del centro de las ciudades) podríamos decir que todos vivimos en una ciudad (o en un barrio) dormitorio aunque nuestra casa se encuentre en la Puerta del Sol.

Y encima, ciudad residencial. ¿Qué será eso? Yo lo identifico con un concepto urbanístico que, en publicidad, se utiliza con la misma asiduidad y el mismo sinsentido que el de la “cocina de la abuela” o la “hipoteca naranja” (las hipotecas son siempre marrones) y que viene a consistir en una serie de urbanizaciones encerradas en si mismas y que dan la espalda a la calle; casas adosadas, jardines privados, piscinas privadas, centros comerciales, el Carrefour, multicines 10 salas, Gino’s, Rodilla, The Wok, Hollywood, Pans&Company, Patatín Patatán, Los 100 Montaditos…

¿Quiere esto decir que entre tanta residencia y tanta franquicia no queda ningún sitio que merezca la pena? ¿Qué hacemos los tricantinos, alérgicos a las franquicias, cuando no nos apetece cocinar pero tampoco conducir? Pues no es que lo tengamos demasiado fácil pero os voy a dar dos direcciones que me gustan por si pasáis por aquí: El Callejón (Avda de Viñuelas, 26 posterior, tel 91 803 42 42), donde a partir del mes de octubre, todos los sábados al mediodía hacen un cocido de los buenos y, además, ricos guisos de carne y buenos pescados en preparaciones sencillas. Queso de oveja y cecina de León. Bien ¿verdad?

El otro sitio se llama Asquas (Calle Alba, 1, tel 91 804 58 61) y ya nos habló Yerga de él hace algún tiempo. Tampoco hay que volverse loco, pero el sitio está muy bien. Ofrece la posibilidad de realizar una cena informal a base de buenos pinchos y de medias raciones. Echad un vistazo a su página web. Además pescados y carnes a la parrilla. La carta de vino ya se sabe: riojitas por aquí, riberitas por allá (poned música de los pajaritos, por favor). Y, si vais en verano, una terraza muy agradable.

Y antes de volver a Madrid, acercaos a la pastelería Alemany a comprar una barra de pan de centeno y una bolsa de las mejores patatas fritas de bolsa del mundo, que no sé si me estoy explicando y valga la redundancia, y que, como todo el mundo sabe, son las patatas Añavieja.

Y ya vale ¿no? Bueno, para terminar, un antiguo proverbio chino que aprendí este verano y que dice así: “oye bonito, ¿por qué no te vas a dar la lata a la mesa de tu padre?”

Foto que ilustra el post: Marilyn.

(Puede que la relación entre la foto y el texto no resulte demasiado evidente, pero no importa, nos toparemos con su mirada y eso hará que entrar en el blog sea todavía más agradable. Es imposible no amarla)
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lunes, 22 de septiembre de 2008

Todo tiene que cambiar para que todo siga igual...




" Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. Una de esas batallas en las que se lucha hasta que todo queda como estuvo. No queréis destruirnos a nosotros, vuestros padres. Queréis sólo ocupar nuestro puesto. Para que todo quede tal cual. Tal cual, en el fondo: tan sólo una imperceptible sustitución de castas. "


Los amigos de Ligasalsas les dan la bienvenida a este blog.